miércoles, 28 de noviembre de 2012

Lo importante


Observar la linea de flotación de una barca de madera, pequeña y ya despintada, mientras las olas del mar la mecen hipnóticamente arriba y abajo y te envuelve un olor a sal, yodo, peces y veinte mil leguas de viaje submarino transportadas por el viento en una sola bocanada y el sol de verano calienta tu espalda a la vez que escuchas como rompen las olas lejos, detrás de ti.

Dormir bajo las estrellas, sin frío, notando la hierba fresca de algún prado del norte de España y poniendo mucha atención en escuchar el sonido de la inmensidad del universo mientras gira y por tu cabeza pasan los recuerdos de haber cantado alrededor del fuego hasta no poder más con las personas a las que más quieres en el mundo. Y en efecto, a tu lado la persona a la que más quieres girada hacia ti.

Notar como el viento helado te agita sin compasión mientras tus manos palpitan en una mezcla de dolor, frío y gusto por la recuperación del descanso al meterlas en los guantes otra vez. A la vez tus ojos contemplan el pequeño punto en el mapa desde el que partiste, la altura que has ascendido y el bello y feroz mar de hielo y rocas que superan a las nubes en altura contra el que te has batido y se ha dejado ganar. Sentirte muy pequeño y muy tenaz.

Un orgasmo.

Acompasar los dedos, las cuerdas que aprietas y frotas o golpeas, pensar en el sonido que tiene que venir después y hacer que suene exactamente como en aquel disco, elevar la voz y cantar alto mientras te sorprendes de las excepcionales veces en las que cantas afinado y te sale buena voz, y dejarse arrastrar por las melodías y los sonidos armónicos que golpean a tu cerebro cambiando el estado de ánimo con la tranquilidad de que tienes horas y soledad para seguir así cuanto quieras, tocando nada en concreto.

Ver-te sonreir-me. Ir notando que en el juego del cortejo, a pesar de mi torpeza en este aspecto, estoy ganando la partida y que me devuelves y me ofreces las ocasiones. Rozarte, cruzar miradas, darte un abrazo y oler a ti durante el resto del día, y los sublimes 5 segundos antes del primer beso mientras los dos nos miramos los labios.

Mirar el reloj y pensar que es una broma y que alguien ha tenido que mover las manecillas mientras teníamos esa conversación en aquel banco y pensar que aunque la bronca de nuestros padres va a ser monumental, será más placentera porque va a ser compartida en dos casas diferentes y por la tarde volveremos a hablar del mundo y a planear una nueva putada para el portero de nuestro edificio.

Mirar el fuego ardiendo y bailando, tener la espalda fría por el viento que entra entre los tablones y las rendijas de ese refugio de montaña y la cara hirviendo por lo cerca que nos hemos puesto de la hoguera. Empezar a cantar, 40 o 50 personas mirando al mismo punto y sentir que ese momento es vuestro y que nadie más en el mundo puede comprenderlo.

Coger la mano de un paciente, hacer que las sensaciones traspasen el guante de nitrilo, calmarle, establecer una relación íntima y fugaz durante a penas 40 minutos o una hora. Tener la certeza de haber ayudado a alguien e incluso de haberle salvado la vida y recibir en el momento de la despedida un sincero y a los ojos “Gracias”.

Darte cuenta de que se ha hecho de día y que todavía quieres seguir leyendo.
Flotar boca arriba en el agua.
Saltar desde un puente hasta un río.
Acariciar a un animal.
Hacer rappell.
Despertarte solo sin que nada ni nadie lo haga.
Ganar un combate.
Que me digas que me quieres.


Y que en todos esos momentos no te importe nada más en el mundo.

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